1. ¿Qué es el antiespecismo?
El antiespecismo es la teoría y la práctica de lucha
contra el especismo, así que para entender qué es el antiespecismo, es
necesario tener una idea de éste. Del especismo se puede ofrecer una
interpretación “reducida” y otra “ampliada”.
La primera viene directamente de la obra de Singer, y
puede resumirse en la expresión: “prejuicio moral basado en la pertenencia a
una especie”. El “especismo”, en esta primera acepción, se manifiesta como
atributo de proposiciones morales y como consecuencias de las acciones que a éstas se inspiran o que
por ellas están justificadas. En pocas palabras, Singer nos muestra muy bien,
cuando nos preguntamos qué justificación moral tenemos para tratar de forma
distinta a los humanos y a los no humanos, cómo cada argumento moral se reduce
(o se puede reconducir) a la simple pertenencia a una especie.[1]
La famosa cuestión de los “casos marginales” (retrasados
mentales, niños) sólo sirve para mostrar esto, y es una polémica exclusivamente
instrumental. En realidad, es totalmente indiferente que se haga una distinción
moral entre ser humano y animal basada en la racionalidad, el lenguaje, el
alma, etc., puesto que si fuera verdad que el animal no posee en absoluto una de las características consideradas
fundamentales para entrar en el ámbito de la consideración moral, esto
significaría dar el estatus de sujeto moral exclusivamente a los seres que
participan de esta característica, por tanto y de hecho, sólo a los humanos. Es la estructura de la argumentación que es especista, no su contenido. De hecho, hablar en abstracto
de “seres racionales” o de “seres dotados de lenguaje”, o “de alma”, como de
los únicos subjetos morales posibles, es una operación de extensión indebida de
las cualidades que se reconocen exclusivamente al ser humano.[2]
La teoria “reducida” del antiespecismo muestra de forma
inequívoca que existen argumentos morales “especistas”. Pero no muestra en
absoluto que exista una entidad como el
Especismo. Esto pertenece a la teoría “ampliada” del antiespecismo que, a
partir de la naturaleza especista de determinados argumentos morales, defiende
la existencia de una actitud mental o
de un habitus que se pueden indentificar
con el Especismo.
Se trata de una esencialización
que no funciona por sí sola (de la existencia de argumentos especistas a la
existencia del Especismo), y que
presenta dificultades incluso en un plano lógico, sobre todo cuando del
Especismo -es decir del resultado de un procedimiento de abstracción de los
casos particulares- se hace la causa
de estos mismos casos particulares. O lo que es lo mismo, los argumentos
especistas existen porque existe el Especismo.
El Especismo, en este sentido
ampliado, se puede definir de varias formas: la reducción de los animales a
cosas, la idea de que el hombre es el centro del universo, o que tiene la
primacía sobre cualquier otro ser vivo. En general, el especismo se transforma en este sentido en un sinónimo de “antropocentrismo”.
Por último, existe una versión aún más brutal del
antiespecismo que considera al Especismo, entendido como habitus moral, la causa
de la explotación y de la violencia sobre los animales y que, por tanto, cumple
un pasaje ulterior, puesto que no derivan los argumentos morales especistas
simplemente de una cualidad que, a su vez, se deriva de ellos, sino que esta
cualidad -esencializada y convertida en una entidad autónoma- es también la
causa de las prácticas reales de prevaricación contra el animal. Con el
resultado de que toda la historia de la civilización, testigo de esta constante
prevaricación, se convierte en manifestación del Especismo. Lo que no es
escandaloso de por sí, si no fuera porque este criterio de interpretación se
muestra totalmente incapaz de explicar la complejidad de la historia real.
Defino estas derivas del antiespecismo como formas de antiespecismo metafísico.[3]
2. ¿Cuál es el
origen del Especismo?
Sin duda existe una actitud mental o un habitus moral que sitúa el interés humano
por encima del de cualquier otro ser vivo. Pero existe socialmente y no individualmente. Es decir, es el producto de la
interacción entre los seres humanos y una determinada organización de la
sociedad, no se puede explicar en términos biológicos o psicológicos (como un
deseo de prevaricación innato en la naturaleza humana o la expresión de una
violencia innata). La explotación animal que está en la base de la
supervivencia económica de la sociedad actual, de hecho, se justifica y se
presenta como “natural” de la cuna a la tumba y, por ello, determina el
horizonte cultural en el que cada consciencia moral se constituye. Se puede
incluso afirmar que los argumentos especistas han sido causados por el
Especismo -entendido, en el sentido “ampliado”, como habitus mental-, pero a condición de que se reconozca, como
acabamos de decir, que este último es a
su vez algo derivado y no algo primario y originario. A menos que no se
quiera decir que el Especismo es la causa de la explotación animal y que la
cultura especista es también una creación del Especismo. ¡Pero con ello nos
encontraríamos en el más absoluto idealismo! Es una equivocación absoluta poner
el Especismo en la base de la explotación animal ya que, en la medida en la que
se puede hablar de Especismo, es una consecuencia más que una causa de éste. Dicho de otra forma, no es verdad que explotamos a los animales porque los creemos
inferiores, más bien los creemos inferiores porque los explotamos.
La cuestión del origen del especismo hay que ponerla de
forma histórica y poniendo atención a
las relaciones reales entre humanos y
no humanos. Así que hay que plantearlo de la siguiente forma: ¿cuándo empieza la explotación animal? A
esta pregunta se puede contestar -de una manera algo general pero correcta-
remontando al pasaje del nomadismo
(es decir, de la forma esencial que los antropólogos definen como “sociedad recolectora
y cazadora”) a las sociedades sedentarias
(fundadas en la agricultura y en la ganadería). De hecho, desde el punto de
vista del intercambio entre sociedad y naturaleza, la fase nómada está
caracterizada por una relación de casi total integración entre seres humanos y medio ambiente, mientras que las
sociedades sedentarias obran -por medio de los procedimientos de domesticación
de animales y plantas- un control
sobre este último, que pierde toda autonomía y se hace “recurso” a disposición
del ser humano. A este fenómeno se acompañan históricamente importantes cambios
en el orden social y en el simbólico, que acaban por retroactuar también en la
relación entre hombre y naturaleza, y por proveer las bases materiales e
ideales a lo que hoy en día definimos como especismo. Las sociedades que
abandonan el nomadismo, de hecho, abandonan también el igualitarismo que caracteriza la sociedad de la recogida y de la
caza y originan formas de jerarquía
social. La civilización no nace sólo gracias a la explotación de la
naturaleza, sino también gracias a la explotación humana que la hace posible y
que se intensifica de forma exponencial. Esto tiene grandes consecuencias en el
plano simbólico. De hecho, allí donde en la cultura mágica, propia de las
sociedades nómadas, hay una frontera sutil entre lo humano y lo no humano, en
las sociedades patriarcales y muy jerarquizadas sólo puede nacer el fenómeno de
la divinización del ser humano. El
abismo entre hombre y animal tiene aquí su origen, pero es un abismo que no
crea el hombre en general hacia los animales, sino que lo crean los que están
en la cumbre de la pirámide social y lo dirigen hacia todos los seres que están
en su base: hombres y animales. Opresión humana y opresión animal están
fuertemente entrelazadas, tan fuertemente que sólo de su unión nace el fenómeno
que Singer llama “especismo” y que es una realidad derivada y secundaria con respecto a la explotación real. Dicho de
otra forma, sin explotación animal no hay
sociedad de clases, pero sin sociedad de clases no hay especismo.
En cambio, si nos ponemos desde el punto de vista del
antiespecismo metafísico y nos preguntamos cuándo empieza no la “explotación
animal” sino el “especismo”, nos encontramos en una confusión conceptual que no
permite dar una respuesta sensata. Sólo desde el punto de vista de la historia
y de las relaciones reales, el enigma del especismo se puede resolver y se puede
descubrir su origen. Bien mirado, hay tan sólo dos respuestas posibles a esta
pregunta, que nacen del hecho de asumir la definición reducida o ampliada del
especismo.
En el primer caso (el especismo como “prejuicio moral
ligado a la pertenencia a la especie”) estaríamos obligados a decir que el
especismo nace con la Ilustración o,
es más, con la declaración de los derechos del hombre, ya que aquí -por vez
primera en la historia- la sociedad humana reconoce un derecho universal de
protección y un “valor intrínseco” al ser humano como tal, fundando este
derecho sobre la sencilla pertenencia a la especie y, con esto, negándolo
explicitamente a los no humanos. Se podría objetar que en las sociedades
anteriores a la iIustración (sobre todo las cristianas) también regía el
prejuicio según el cual únicamente el hombre tenía el privilegio de la
“dignidad” moral. Sin embargo, es un hecho que en esas sociedades y, durante
mucho tiempo también en las sociedades post-ilustración, esto no significó
automáticamente un trato a los humanos acorde a su presunta dignidad moral.
Es más, la explotación humana se consideraba como algo tan
natural como la animal, y justificada moralmente prescindiendo de la dignidad
que tiene el ser humano como tal. A las sociedades en las que el hombre podía
valer cuanto o incluso menos que un animal, no se les podía aplicar la
definición reducida de especismo.
En cambio, si asumimos la perspectiva del antiespecismo
“ampliado”, se puede decir que la asunción por parte del hombre de la dimensión
divina y el abismo simbólico creado entre hombre y animal, es mucho anterior a
la sociedad burguesa. Entendido como habitus
mental, se puede anticipar hasta el fin del nomadismo y los comienzos de la
civilización. Esta tesis ha encontrado su espacio de expresión en los
antiespecistas primitivistas que, a partir de John Zerzan, llegan a definir la
civilización como un error del que la humanidad tiene que librarse.[4]
Además de las simplificaciones históricas y teóricas en las que acaba esta
teoría, los antiespecistas primitivistas tiene que rendir cuentas al hecho de
que las sociedades de la recolecta y de la caza, aunque no sufren ninguna forma
de especismo, practican unos tipos de abuso
sobre los animales que son incompatibles con el antiespecismo. Estas sociedades
eran y son totalmente incapaces de hacer una crítica de la predación (que es parte de su base de sustentación), y de elaborar
un concepto de igualdad universal
(que les resulta imposible por el hecho de poseer un sistema simbólico
“particularístico”). Aquí no encontramos los horrores de la civilización, pero
tampoco una idea de justicia. Por
supuesto, los primitivistas creen que también la idea de justicia es un error
de la civilización, por lo que se sentirán inmunes ante esta crítica, pero esto
constituye un segundo error sobre el que volveremos.
3. ¿Qué relación
existe entre la liberación animal y la liberación humana?
Por todo lo dicho hasta ahora parece claro que si la
opresión humana y la opresión animal están entrelazadas,
no se puede realizar ninguna liberación animal sin una liberación humana. Es
más, tenemos que decir que la liberación animal es liberación humana. Muchos antiespecistas comparten este
argumento, aunque a menudo por razones diferentes. Singer, por ejemplo, afirma
que la difusión del vegetarianismo y la abolición de la crianza intensiva
significaría tener a disposición más productos agrícolas para las necesidades
humanas y, con ello, el fin del hambre en el mundo.[5]
Evidentemente se trata de una relación totalmente exterior y accidental: las
consecuencias de la liberación animal producirían efectos positivos también
para el hombre. Con esto nos olvidamos de que el hambre en el mundo no es la
consecuencia de una carencia productiva, sino más bien de una relación de
opresión: el desequilibrio en la distribución es el efecto de la opresión humana y, hasta que esta no se ataque, no
podrá realizarse ninguna distribución solidaria de los bienes.
Una segunda lectura, más profunda pero también
equivocada, de la relación entre la liberación animal y la liberación humana es
la del antiespecismo como una forma más de una lucha contra la discriminación,
que incluye el antiracismo y el antisexismo. Desde este punto de vista, quienes
luchan contra el especismo, luchan también contra el racismo y el sexismo por
lo que luchan por una sociedad humana más justa.[6]
Pero todo esto es insuficiente para un concepto riguroso de liberación humana.
Se puede imaginar una sociedad multiétnica y no sexista en la que todas la etnias
y las mujeres estén explotados de la
misma manera que los hombres blancos. Además, vivimos en una sociedad que ya muestra su hostilidad al racismo y al
sexismo, aunque sin ofrecernos ni un gramo de liberación humana. La cuestión es
que ésta -así como la liberación animal- no se puede limitar a la declaración
de “principios morales”, sino que exige también la abolición real de la explotación. Así que no puede haber
liberación humana sin superar la sociedad
de clases.
Esta es la gran limitación que sufre el antiespecismo
cuando se entiende como lucha contra una forma de “discriminación”, y pone una
analogía entre especismo, racismo y sexismo. El problema no es, como suele
decirse, que aquí no coincidan el
sujeto que libera y el sujeto liberado. Esto es totalmente falso y se revela como una forma subrepticia de especismo: el
hombre es un animal y no se entiende
por qué la liberación animal no tendría que atañerle como sujeto por liberar. Es en este sentido que la
liberación animal y la liberación humana pueden coincidir: el hombre es un
animal esclavizado por la misma civilización que ha sometido la naturaleza no
humana. La circularidad del dominio
que, empezando por el dominio sobre la naturaleza, hace posible la esclavitud
del hombre, la jerarquía social y la división del trabajo, la alienación
religiosa y el antropocentrismo, de tal forma que todo esto repercute en un
ulterior apretón sobre el contro de la naturaleza, etc., esta circularidad tiene que romperse.
Sólo asumiendo esta doble tarea como algo unitario (liberar
al ser humano, liberar al animal), se puede salir de la paradoja de un
movimiento de liberación que se preocupa de forma paternalista por otros
sujetos y que a menudo, por falta de análisis, acaba en los atolladeros del
nihilismo extincionista[7]
o por ahí (“el hombre es malvado por
naturaleza, así que tratemos de salvar lo que se pueda salvar”).
Esta manera de plantear el concepto de liberación animal
se opone tanto a las teorías antiespecistas actuales, que ven la liberación
animal como obra de dos sujetos diferentes (el hombre que libera al animal),
como a la visión primitivista que intuye la unidad entre los dos sujetos pero
propone una forma de regresión a un estadio pre-neolítico de la humanidad.
La primera supone una distinción estática y ahistórica
entre hombre y animal, y acaba por acoger la tesis de que, una vez abolida la
explotación animal, ya no es posible ninguna interacción entre ellos y puede, así, reinar sólo la indiferencia.
El segundo reconoce que la oposición entre hombre y
animal es algo de históricamente hecho,
pero no conoce otra relación posible entre estos dos sujeto que los propios de
las sociedades de la recogida y de la caza: todo lo que ha sido producido por
la civilización es enajenación y error. Especialmente el primitivismo no ejerce
ninguna crítica de la predación, sino
que la justifica como relación “natural”. De esta forma, como se puede
apreciar, ¡la historicidad del ser humano está reconocida sólo para ser negada
como desviación equivocada de la
naturaleza! Aquí también, como en el primer caso, existe la presuposición de
una naturaleza humana dada, y de la
que la cultura representa tan sólo una distorsión.
La perspectiva antiespecista aquí elaborada, reconoce que
la relación de enajenación entre hombre y animal es un producto histórico social, resultado de una cultura patriarcal, jerárquica
y opresiva. Entonces, reconoce, como el primitivismo, que éste no es un
“destino” inevitable de la humanidad, sino algo que puede ser combatido y
derrotado. Sin embargo, a diferencia del primitivismo, no ve la civilización
como una aberración de la naturaleza y un simple error que hay que cancelar,
sino como la prosecución de la naturaleza en una forma especial (la cultura)
que ha permitido al ser humano elaborar nuevos instrumentos de conocimiento y nuevas
prácticas de relación entre las especies y dentro su misma especie. El
antiespecismo nace justamente en medio de la cultura hipertecnológica de
Occidente, del máximo alejamiento entre ser humano y animal, y elabora,
precisamente por eso, un proyecto político de reconciliación con el mundo
natural que asume principios creados por
el hombre. Estos principios no se deducen de una Naturaleza objetivamente
entendida, sino de la cultura ententida como interacción entre el sujeto humano y el no humano. La liberación
animal, de esta manera, no lleva a “un regreso a...”, sino a un nuevo curso en las relaciones entre especies.
Estas relaciones incluyen consecuencias muy poco “naturales”, como la adopción
de una alimentación en contraste con la actitud omnívora de la especie (el veganismo), la idea de igualdad entre especies y, por tanto, la
solidaridad hacia el otro no humano en su generalidad
(que puede llegar hasta la piedad hacia las víctimas de la predación).
La objeción primitivista del antiespecismo es que esto es
fruto del extrañamiento de la civilización, y que sus prácticas (el veganismo)
y sus “valores” (la igualdad animal) son en sí mismos unas deformaciones. La
abolición de la civilización llevará, como se dice, a la desaparición de ambos
y a su sustitución por una relación “libre” y “natural” entre las especies.
Pero la no naturalidad de las prácticas y de los conceptos antiespecistas puede
aparecer como tal sólo a los que se crean una imagen abstracta de la naturaleza
como diferente del ser humano, es
decir, a los que consideran la cultura humana debida a la civilización como un
único gran error sin diferencias en su interior. Pero esto es un argumento
todavía por demostrar: en realidad, tanto el concepto de igualdad como la idea
de empatía hacia el animal que sufre, aun siendo fruto de la civilización y de
su enajenación, pueden representar la aparición de nuevas relaciones naturales,
inéditas y que todavía esperan su total realización. La imagen de la naturaleza
como un orden estático y siempre igual a sí mismo, es antigua y equivocada. Una
vez aceptado que no existe una Naturaleza siempre idéntica, y cuando se acepta
la perspectiva de la “historia natural” (es decir, de la historia como
imparable devenir), la civilización
también puede tener su propio lugar en esta historia como un momento de crisis
y de mutación que origina una fase nueva en las relaciones entre las especies.
[1] P. Singer, Liberazione
animale, ed. LAV, Roma 1987, p. 9.
[2] Sobre esto ver la crítica de Schopenhauer al concepto
kantiano de "ser racional": A. Schopenhauer, Die beiden Grundprobleme der Ethik, in Id., Sämtliche Werke, Frankfurt 1986, vol. 3, pp. 657-58.
[3] El paso de la teoría especista “reducida” a la “ampliada”
-en todas sus formas- ya está de forma embrionaria en Singer, aunque la versión
más bruta de ha sido desarrollada de forma consecuente sólo por los
antiespecistas primitivistas. En este sentido he tenido la oportunidad de
considerar que ya la teoría de Singer es una forma de antiespecismo metafísico.
Ver M. Maurizi, “Antispecismo storico e
antispecismo metafisico. Nove Tesi”, in Rinascita
animalista. Officina della Theoria.
[4] Sobre el anarco-primitivismo se puede ver: J. Zerzan, Futuro primitivo, Nautilus, Torino 2001 e Id., Primitivo
Attuale. Cinque saggi sul rifiuto della civiltà, Stampa Alternativa, Roma
2003.
[5] P.
Singer, Liberazione animale, cit., p.
XXIV.
[6] Es por
este argumento que se afirma -sin razón- que es imposible un antiespecismo “de
derechas”. Esta conclusión sería válida sólo a condición de que: 1) el racismo
y el sexismo se profesen de forma explícita;
2) que se defiendan en base a argumentos biológicos.
Es evidente que el primer presupuesto es falso. Ningún racista o sexista se autodefine como tal, sino que mostrará
su propia intolerancia hacia otras etnias y contra las mujeres con sus acciones
y con las ideas implícitas que las sustentan. Así que puede perfectamente haber
un antiespecista riguroso que sea de
hecho un racista y un sexista sin admitirlo: sería un antiespecista “de
derechas”, a pesar de que afirme lo contrario. Pero, bien mirado, se puede ser
antiespecistas con tendencias derechistas también de forma explícita, es decir,
profesando racismo y sexismo, sin entrar en contradicción con la teoría
antiespecista. Esta, de hecho, se basa sobre el presupuesto de un prejuicio
moral hacia los animales fundado sobre la pertenencia a la especie, es decir, sobre un dato biológico. Ahora, incluso en época
fascista, el racismo biológico era tan sólo una
de las formas en las que se manifestaba el racismo. Los fascistas de hoy
probablemente se apoyarán sobre otros argumentos para fundar su propia idea de
una sociedad cerrada, monoétnica y tradicionalista. Es así que se puede llegar
a creer en la necesidad de cerrar las fronteras y devolver a los emigrantes a
casa (“es su naturaleza”), o de
limitar las alternativas de vida para las mujeres entre fogones y el cuidado de
niños (“es su naturaleza”), sin dejar
de quedar como buenos -e incluso radicales- antiespecistas.
[7] El
extincionismo es una absoluta tontería ya que es absurdo desde un punto de
vista exclusivamente lógico. Si el
hombre pudiera alcanzar la conciencia colectiva de su propia maldad radical y
decidir autoextinguirse, demostraría que puede alcanzar tal nivel moral que
puede poner en duda esa maldad: de hecho, ¡sería el animal más altruista visto
en la faz de la tierra! Así que, una de dos: o se cree que el hombre puede
acelerar conscientemente su propia extinción (y por esto mismo se puede pensar
que él sería capaz de cumplir gestos éticos mucho más grandes), o no (y
entonces el movimiento para la extinción voluntaria carece de sentido). Por
supuesto, los que simpatizan con el extincionismo lo hacen sobre todo para
“provocar”, sin embargo me resulta difícil entender la utilidad de esta
provocación que imposibilita todo análisis serio de las relaciones entre
naturaleza y civilización.
muy interesante, me gustaría saber que significa el concepto de HABITUS, Muchas gracias!!!
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